PUERTO MACHETE: SANGRE Y MIEDO#1
Hoy me apuran los recuerdos que hacen cabriolas en lo entretejido del alma, al mirar los años de atrás, cuando inicié mi carrera como predicador de la palabra de Dios en un lejano lugar donde jamás pensé ir, y mucho menos llegar a conocer episodios que aún revuelven las aguas, pero sin dejarlas turbias. Doy fe, de que lo aquí narrado obedece a lo acontecido en los años 1998 y 2000.
Concurrían al pequeño caserío de no más de 22 casas hechas de tablas, los libres; como solían llamar los indígenas de esta región a los afrodescendientes, que todos los domingos bajan de sus fincas para comprar algo de alimentos y perderse en el viche; su bebida ancestral, destilada de la caña de azúcar y cómplice del derramamiento de tanta sangre. Los indígenas también llegaban en gavilla para hacer parte del jubiloso desenfreno.
Mientras daba mi primer clase a los niños, lleno de ganas y expectativas, escuché al gentío gritar afuera del pequeño templo. Era tan fuerte el bullicio, que me desconecté por completo de lo que estaba haciendo y pude ver que pasó frente al salón, abierto de par en par; un hombre corriendo, tomándose con una mano el cuello y con la sangre a la vista, haciendo cause por su brazo y desembocando en el suelo, como surca el Río Tamaná las orillas de Urábara para desembocar al río Ingará.
Me quedé mirando al hombre que en su rostro cargaba la muerte y en su mano la filosa lámina sedienta de sangre, no había en él ningún atisbo de miedo.
Mi respirar agitado se mezclaban con mis ruegos, que entre los dientes salían, pidiendo a Dios que nada más pasara, y al momento y con una pasmosa lentitud, el hombre soltó la piedra; mirando fijamente a su verdugo, mientras el otro bajaba su machete y los ánimos se acallaban, pero quedé como los árboles sacudidos por el viento huracanado.
La razón por la que el libre pensaba moler a machetazos a su coterráneo, fue por que es este había matado a su perro.
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Casas de madera ENLACE Pixabay
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