Misterio #2: 🔎Resuelve el enigma tras la desaparición de Silvia Reyes y consigue INCREÍBLES RECOMPENSAS 💰🐋.

Cuando Silvia y Jairo organizaron una cena para anunciar su matrimonio, yo no lo podía creer; Silvia se acercó a mí y, delante de todos, me propuso ser su madrina de bodas... ¿Cómo me iba a negar? Aunque no estaba de acuerdo con esa unión, no le podía fallar a mi mejor amiga, así que acepté fingiendo una sonrisa. Todos los invitados lucían felices por la pareja... Todos, excepto don Fausto Reyes, el abuelo de Silvia, su mano derecha, Benjamín, y el padre de Silvia, Salvador Reyes. Probablemente estas tres personas eran conscientes del grave error que tal decisión implicaría. Silvia sería infeliz, muy infeliz.

Lamentablemente, don Fausto, quien ya estaba delicado de salud, falleció unos días después del aviso nupcial. Eso devastó a Silvia, su nieta consentida y futura señora de Arrieta. Durante el funeral y el entierro ella solamente lloraba en mi hombro... Nadie esperaría lo que estaba a punto de ocurrir: Benjamín, quien es un tipo bien conocido por ser callado y amenazante, ofreció nobles palabras sobre el difunto y reveló la última voluntad del anciano: mi mejor amiga pasaría a ser la dueña de una gran fortuna y, además, de la empresa que dejó su abuelo como legado, siempre y cuando estuviera soltera y permaneciese así por un año entero, un tiempo más que suficiente para descartar a Jairo de su vida. En definitiva, don Fausto buscó la manera de proteger a su nieta más allá de la muerte; inteligentemente le ofreció una excusa perfecta para cancelar su compromiso con un hombre que no la merecía. Ante tan inesperada noticia, los presentes en la sala fúnebre quedaron impresionados. Silvia debía decidir qué hacer, qué camino elegir.

Al término del funeral, mientras los allegados ofrecían sus condolencias a la familia, Silvia se me acercó para comentarme entre murmullos que deseaba realizar un pequeño viaje sola, esto con la esperanza que la soledad le diera la calma que necesitaba para analizar sus opciones con frialdad. Sin embargo, a pesar del bajo tono de voz utilizado en la conversación, las palabras parecieron haber viajado hasta los oídos de Candelaria. A juzgar por la expresión de su rostro, la idea le pareció espantosa; aunque, haciendo caso omiso a las muecas de su madre, Silvia continúo hablándome. Me preguntó si podía quedarse a pasar la noche en mi apartamento. Dijo que estaba muy abrumada como para ver la habitación de su abuelo vacía... Antes de contestarle, noté que la mirada de Candelaria aún seguía sobre mí. Me veía con desprecio, trataba de que le negara el acceso a mi casa. No obstante, accedí. Realmente no me importaba lo que pudiera estar pensando; ella siempre ha sido así: fría y cruel, sobre todo cuando de su hija se trata.

Esa noche, ya en casa, comenzamos a platicar. Entre las dos intentábamos analizar las alternativas. Silvia se preguntaba una y otra vez si debía aceptar la herencia del abuelo a cualquier precio o, por otro lado, si debía rechazar dicho beneficio para no renunciar al supuesto amor de su vida.

Justo cuando decidí revelar lo que honestamente creía sobre Jairo, sonó el teléfono de mi amiga. Era él. Ella se retiró de la habitación y, minutos después, regresó... Lucía muy inquieta, nerviosa, así que intuí que algo malo había pasado... Nunca supe qué. Desde ese momento no pudimos establecer una conversación coherente, pues toda su atención estaba en el teléfono. Lo único que alcanzó a aclararme fue que su plan de viaje seguía en pie.

¡Vaya sorpresa me llevé al amanecer! Cuando estábamos despertando, escuché el timbre de mi apartamento. Era Candelaria quien estaba en la puerta. La invité a pasar para saber qué se le ofrecía. Silvia, al verla, estaba un poco perpleja, pero ilusionada. Por primera vez sentía que recibía afecto de su madre. Estuvimos charlando un largo rato y todo era un tanto confuso para mí. Candelaria había cambiado la actitud apática hacia su hija: la llenaba de besos, abrazos y mimos; su tono de voz no era aquel rudo que yo recordaba de toda la vida, esta vez era muy dulce, casi como si tratara de seducirla.

Finalmente, supe el motivo de aquella visita: había venido a recoger a Silvia para llevarla con ella hasta el terminal donde iniciaría el viaje; se despidió de mí y prometió avisarme cuando llegara a su destino... Fue la última vez que la vi... Nunca recibí tal aviso... No recibimos señales de ella. Únicamente su madre y yo sabíamos de ese viaje... O eso creía.