Abandonadas o llenas de nosotros, todas crujen.
Bastan solo los oídos ajenos ingenuos no lejanos
para el latir de las casas,
sus maderas, paredes y pisos.

El ruido que no debería sonar por desgaste
tropieza con el pavor de quien oye un estruendo,
melodía lóbrega que inspira temprano pavor
con el flash de las dudas penumbras.

Todos los hogares suenan cuando se descuida el silencio,
todas las ventanas vibran sin que haya otro resoplido
más que el hálito valiente que emerge para elucubrar tu miedo.

Criatura despierta, ¿quién eres?, un invento soy yo
que no traigo antifaz en mi taciturno rostro de amanecer.
Criatura dormida, ¿qué haces?, soy un bisonte que acosará
tu descanso sin miradas cómplices llenas de frialdad.
¿Quién es, realmente, la bestia que deambula en esta oscuridad?

Adicto al azar,
salió mi número y aunque no hay dados,
escucho tronar el eco de este vacío lleno de tenebroso fragor,
sonido bestial abismal el que transpira el ente en su hábitat,
desde su cama, expectante, somnoliento, perturbado.
Aquel ente, lleno de una cálida humanidad, lleva consigo
la túnica que alguna vez tuve como vida...

Hogares;
todos suenan y crujen cuando venimos, ellos nos ven,
y están dormidos o despiertos cuando traspiramos solloza,
cuando en breve ráfaga brotamos en su inmundo para
crujir las maderas, techos y pisos, dejando entrever
la estampa moderada gris contenida en esta ánima alma.

Ellos nos ven, no hay duda,
nos ven cuando es grande la duda que eriza sus pieles,
cuando sus latidos anuncian desdicha temerosa,
cuando los ojos titilan las órbitas de lo imposible
que se hace visible ante un pensar despavorido.

Rechina el encuentro
sin mucho diálogo entre ellos y nosotros.
Cavilación protagonista que se desvanece
cuando se muere la agonía de los chirridos
que anuncia otro encuentro,
para mí, monótono...

la próxima vez, mírame de frente
y pregúntame cómo te miro
yo a ti...

Fotos de mi autoría tomadas con mi Samsung S6, en San Antonio de Los Altos | Edición Adobe Lightroom