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Esos días

purrixPosted for Everyone to comment on, 5 years ago6 min read

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Hoy no vengo a regalarte un poema,
más bien quiero compartir contigo,
una historia que cambió mi vida.

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El inicio

Los dolores comenzaron a las 23 horas del 01 de mayo de 2010. Dolores horribles, que me quitaban el aliento. Toda la noche sin dormir. Con mi madre junto a mi, acompañándome, durmiendo a ratos.

A la mañana siguiente, cuando llegamos al hospital, el ascensor estaba fuera de servicio, por lo que nos tocó subir por las escaleras. Eran tres pisos.

A mitad de las escaleras, rompí fuentes y mi hermano con infinita delicadeza, me ayudó a completar el trayecto.

Luego, todo lo que recuerdo es como un sueño, una pesadilla. Solo tengo pequeños destellos en mi memoria.

Recuerdo que me pasaron a una camilla a esperar mi turno.

Una enfermera me insultaba con crueldad cada vez que yo gemía de dolor y un residente me hacía tacto cada media hora, con el mismo guante usado, mientras que con la otra mano, se comía un dulce.

Horas después, un obstetra llegó y al ver mi cara, se asustó girándome hacia la izquierda en la camilla, diciéndome que respirara profundamente y con lentitud, pero que no cerrara los ojos.

Pude escuchar como regañaba a los residentes y enfermeros por dejar que llegase a este estado, por el trato tan inhumano que estaban teniendo para conmigo. Posteriormente, me hizo otro doloroso tacto. Esta vez los guantes eran nuevos.

Fue entonces cuando gritó que me pasaran de inmediato a quirófano, porque Gabriel había defecado dentro de la barriga.

Ahora si, todos estaban asustados. Me decían "puja, puja", mientras me daban golpes en la barriga, porque Gabo estaba atrincherado, aterrado de salir. Creo que escuchaba tantos problemas y tanta gente gritando, que prefería quedarse adentro, porque allí se sentía seguro.

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La llegada

Finalmente, salió. A las 17:38, del 02 de mayo de 2010.

Yo estaba tan agotada, aturdida y adolorida, que no me di cuenta de que cuando Gabo salió y lo colocaron en mi regazo, el no se movía. Ni siquiera lloró cuando nació.

Todo el mundo corría de un lado al otro. Era todo tan confuso.

Luego se que llegó un neonatólogo apurado, para coger a Gabo en sus brazos y fue cuando entendí la razón de que no llorara al nacer; su carita pequeña era de color negro, siendo el resto de su cuerpecito, tan blanquito como la nieve. Entonces, desapareció con mi bebé, dejándome allí tan cansada y sin entender qué pasaba.

Ya caía la noche cuando, finalmente me pasaron a un cuarto con otras tres mujeres recién dadas a luz. Yo preguntaba por mi bebé a las enfermeras, pero nadie me decía nada. En ese momento, no me preocupé ni pensé mucho en ello. El cansancio, el dolor de los puntos y el aturdimiento, no me permitían pensar con claridad.

A la mañana siguiente, yo aún no había visto a mi bebé. Al resto de las mujeres en la habitación, les llevaban a sus niños, pero no pasaba lo mismo conmigo y cuando preguntaba, me evadían.

Fue entonces cuando llegaron mis dos hermanos y me contaron lo que sucedía:

"Ayer el doctor, nos dijo que Gabriel estaba muy complicado, porque venía con el cordón umbilical amarrado en su cuello y además, había defecado en la barriga y al momento de nacer, asfixiado por el cordón, abrió su boquita por instinto buscando respirar y tragó tanto el líquido amniótico, como sus propias heces fecales".

Ahora, él estaba en Terapia Intensiva y era muy probable que de esa noche no pasara. La probabilidad de que no sobreviviese a esa noche, era de más de un 95%. Pero gracias a Dios, y a su deseo de vivir, mi caballerito superó lo más difícil y ahora estaría en Cuidados Intensivos hasta que ellos consideraran que estaba totalmente fuera de peligro.

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Superando las adversidades

Mi mente no registró esta información hasta que ellos se fueron del hospital. Fue entonces que me eché a llorar. Lloré mucho. Lloré de dolor, de tristeza, de angustia. Lloré por mi pequeño bebé.

Luego a las tres de la tarde, me dejaron subir a verlo.

Y allí estaba él. Lleno de tubos y cables, dentro de una cajita de vidrio, sólo con su pañal y una cobijita. Dormidito. Solito. Sin el cariño de su mamá.

Volví a llorar.

Quería darle amor, amamantarlo. Pero no estaba permitido que tuviese contacto físico con él, salvo, coger su pequeña manito a través de un pequeño orificio destinado para eso. Me dijeron que le estaban dando alimento a través de una sonda.

Recuerdo la desolación y la tristeza que sentía al llegar de nuevo a la habitación. Lloré de nuevo.

No recuerdo cuándo me dieron de alta. Solo sé que durante los siguientes veintidós días, estuvo hospitalizado y yo iba a verle dos veces por día. A veces sola, a veces con mamá. Mi primer día de la madre, lo pasé en el hospital, esperando para verlo.

Era una agonía, una espera ruda. Días en los que sabíamos por las indolentes enfermeras, que otro recién nacido en Cuidados Intensivos, había fallecido. No nos decían qué niño era. Eso nos llenaba de angustia.

Finalmente, le dieron de alta después de veintidós de hospitalización. Y ese día, a mi madre le dio un ACV isquémico y la encontramos tirada en la sala. Decidimos que regresara a su casa en Caracas.

Una semana después, a mi bebé lo volvieron a hospitalizar por una semana más, por presentar un cuadro febril. No me separé de él ni un instante. Dormía sentada en una silla de plástico rota, a un lado de su camita de hospital. Fueron los días más duros de mi vida.

A los tres meses de nacido, ya estábamos de vuelta en Caracas y lo diagnosticaron con dengue hemorrágico. Diez días más hospitalizado en el hospital de niños.

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Un final feliz

Casi nueve años después, es un niño totalmente sano que ha superado todas las adversidades. Te lo presento:

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