Ese tratamiento doméstico de las cosas. Reflexión

En las parejas, con los hijos, y hasta con cualquier extraño que se salga del carril: un par de puños y a esperar las consecuencias. En algunas situaciones, luego del incidente queda en el agresor la vergüenza por haberse dejado llevar por la ira y caer en el acto de violencia. Esto en el caso de que se trate de una persona reflexiva que analiza su comportamiento y busca cambiar.

En general las personas salen airosas y lo ven como actos de hombría, valentía o el de “no me dejo ganar por nadie”, a veces ni siquiera le buscan más explicaciones al asunto. Es bueno señalar que esta situación puede ser protagonizada tanto por hombres como por mujeres.

Aunque ha habido bastante difusión de situaciones de maltrato físico o violencia de género, en este post me quiero referir a los casos cotidianos, esos que no presentan patologías exageradas, a lo común y corriente.

En general, aunque las personas no lleguen a la violencia física, el modo de resolver una diferencia, una contradicción o pedir una explicación es a la fuerza, con el sometimiento verbal, gritos, manipulación, improperios, ofensas y vulgaridades. Es a esto a lo que me refiero con “tratamiento doméstico”.

Son muchos los que en la calle, o lugares de trabajo usan un lenguaje cuidadoso, pero en la casa son soeces, “Luz en la calle y oscuridad en la casa”. Es común escuchar a padres o madres recriminar alguna acción negativa de sus hijos, con gritos y amenazas; dejando en el niño el poder de sacarlos de sus casillas con relativa facilidad. (Tema para otro post).

Igual suele ocurrir entre hermanos, parientes cercanos, quienes conviven en la misma casa suelen resolver cualquier conflicto de la misma manera. Ese “porque estamos en confianza” se vuelve un arma de doble filo, porque muchas veces las personas olvidan que no están en su casa, se ofuscan y no conocen otra forma de resolver problemas que no sea con la grosería y la falta de respeto.

En los últimos tiempos esto se ha escapado de las manos, rebasó el vaso, y adquirió proporciones gigantescas, contaminó redes y medios de comunicación. No se sabe qué es formal y qué no lo es. Los políticos simplemente resuelven los asuntos de manera doméstica. Cualquier programa de opinión se vuelve un ring de boxeo donde se hace uso de un lenguaje que desde siempre fue censurado y ahora es “aceptable”.

Esto es dañino para niños y jóvenes que se ven día tras día expuestos a formas de conducta, expresiones corporales, obscenidades, vulgaridades y maneras ramplonas de resolver situaciones que en otros contextos y otros tiempos eran serias y ameritaban igualmente un tratamiento decoroso.

Particularmente, me preocupa la exigencia de que no se use tanto “vocabulario técnico” en la redacción, para atenuar el esfuerzo de comprensión del lector, porque este se ve obligado a usar un diccionario para comprender el texto. El solicitar que se bajen los estándares de escritura para que sea más accesible al lector, cuando debería ser este quien deba pulirse en el uso de la lengua española y así tener mejor comprensión lectora y ampliar su léxico, es un despropósito.

La lengua española es muy rica y dicen que complicada para aprenderla, los que tenemos la suerte de ser hablantes de la misma contamos con un caudal de vocabulario impresionante. Leer a los clásicos con un dominio exquisito del idioma es un placer. Aprender cada día una palabra nueva y conocer las variedades lingüísticas de este idioma es necesario. Pienso que sería interesante privilegiar el aprendizaje de la lengua y acrecentar su dominio e ir incorporando en el habla cotidiana ese reservorio.

Conversar los problemas, analizar las situaciones, aplicar la tolerancia en aras de llegar siempre a terrenos de paz es conveniente, no importa que nos volvamos islas en medio de una vorágine de insolentes.